Agnieszka viene a México este verano, y desde que lo acordamos pienso en si no debería mentirle un poco –o mucho- cuando llegue.
Solo aquellos verdaderos amantes de la comida podrán entender el dilema. Hasta podría tratarse con rigor matemático, con la seriedad del dilema del prisionero, el hotel infinito de Hilbert o la paradoja de Aquiles y la tortuga.
Una cena de Año Nuevo de parejas mixtas, para rabia del gobierno ultraconservador de este país: dos colombianos, un venezolano, un español, un chileno, un mexicano y seis polacas. Vodka y guacamole, jamón serrano y sernik, zupa gulaszowa y uvas a la medianoche, szczęśliwego nowego roku y correr con las maletas alrededor de la casa.
Pero Alejandro, ¿cómo lo vas a mandar solo hasta allá?, ¿y si le pasa algo? No le va a pasar nada, pos si no es tonto, ¿o sí? ¿quieres que se vuelva un inútil? Que aprenda a andar solo.
El anciano es un dalit, un paria, un descastado, un intocable. Casi arrastrando los pies, sale lentamente del rio...
Solo imaginarlo es abrumador: mil millones de personas en toda India se disponen a iluminar la noche con velas, fuegos artificiales, bengalas. ¿El motivo? Complicado de explicar.
Tomo un mototaxi. Por primera vez me toca compartirlo; somos 5 personas semisentadas en medio metro cuadrado de asiento; con un pie en el mototaxi y el otro volando y esquivando coches y gente...
uno se muere y se muere bien, y ahí se acaba todo; se acaba la lluvia y los desayunos, la soledad y los días festivos...