El silencio matinal
sobre las tranquilas aguas del sagrado Ganges
es apenas enturbiado por un leve chapoteo.
Las pujas del alba han terminado,
y en la parte sur de la ribera,
cerca de Assi Ghat,
un anciano lava ropa ajena en la orilla del río.
Su edad pasa fácilmente los setenta,
su piel es un cuero brillante y curtido,
su pelo y barba, blancos,
su delgadez deja entrever huesos
y algún músculo.
Alguna lesión en el cuello
hace que su cabeza caiga insostenida,
y la barbilla le toca el pecho.
En su espinilla izquierda una protuberancia,
¿es carne, grasa, pus, hueso?
Sus pies
–acaso después de tantos años metidos
en un río tan tóxico como sagrado-
son dos tumores llagados,
deformes,
hinchados,
que supuran a cada paso.
Con evidente esfuerzo,
el anciano se inclina sobre la lisa piedra
donde los más jóvenes azotan las prendas al lavarlas.
Él ya no puede.
Coloca la ropa sobre la piedra,
la rodea,
se sube a ella
y pisa con sus deformes pies
la prenda que lava.
El anciano es un dalit,
un paria,
un descastado,
un intocable.
Casi arrastrando los pies,
sale lentamente del río.
Deja la prenda limpia sobre los escalones de un templo,
y toma la siguiente…
Los niños tendrán 5 o 6 años.
Hermanos, probablemente,
pienso al verlos venir.
Sus rostros, sucios,
sus ropas, harapos,
sus labios, resecos,
sus pies, descalzos
y llenos de mierda.
Pani, me dicen señalando la botella de agua que llevo.
Se la doy.
También son dalits.
Parias,
descastados,
intocables.
La clase más baja,
despreciables,
indignos,
impuros.
Destinados por la rueda del karma
a pasarse la vida limpiando
o trabajando con desechos,
lavando ropa,
recogiendo basura,
limpiando mierda.
Sonríen.
Y duele verlos.
La sonrisa más dolorosa
me la dan dos niños dalits
a orillas del Ganges.
Me siguen por las callejuelas,
me sonríen.
Y es que aún no saben
-no pueden saber-
que les esperan 30, 40, 50, 60, 70 años
lavando ropa,
recogiendo basura,
limpiando mierda.
Que el karma así lo ha dictado.
Y habrá necios
-los hay siempre-
que digan que algo habrán hecho,
que están pagando algo,
que el karma no se equivoca.
Que lo mismo ese niño fue un Hitler,
esa niña un Trujillo,
un Bashir,
ese anciano un Somoza.
Que lo merecen,
aunque no lo sepan.
Pero ellos sonríen
¿En qué momento dejarán de hacerlo?
¿Cuántos años más les durará la sonrisa?
¿A qué edad,
al amanecer de qué día
comenzarán a entender que la vida,
que su vida,
será lavar ropa,
recoger basura,
limpiar mierda?
¿A los cuántos años empezarán a aceptar,
a resignarse,
a convencerse
de que esa es la vida que merecen;
que nacieron dalits,
fuera de toda casta,
que son impuros,
que son indignos,
que la vida es limpiar mierda?
Y seguirá habiendo necios.
Que la rueda del karma y…
El silencio matinal
sobre las tranquilas aguas del sagrado Ganges
es apenas enturbiado por un leve chapoteo.
Las pujas del alba han terminado,
y en la parte sur de la ribera,
cerca de Assi Ghat,
un anciano
-que hace 60 años sonreía-
lava ropa ajena en la orilla del río.
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