Sentado en el escritorio que comparto con otro profesor, y entre vistazos al templo de Hanuman que tengo enfrente, hojeo la guía de Lonely Planet sobre India. Mi medio día de trabajo sabatino ha terminado, así que medio preparo clases y medio me informo sobre este país surreal. En la sección de Festivales, encuentro pequeñas reseñas de los más importantes (sería imposible ponerlos todos en la guía), y descubro que justo hoy –qué raro- se celebra uno importante: Durgá Pujá, o Durgostava.
Por la reseña de Lonely Planet, parece uno de los más vistosos: “Celebrado principalmente en la región de Bengala, el noreste de India, Bangladesh y Nepal, esta fiesta en honor a la diosa Durga se lleva a cabo en la quincena Debí pokkho, precedido por Majalaia y previo a Pitrí pokkho. El festival termina con la Kojagori Lokkhi Pujá en la noche de luna llena de Kogahori”.
A toda madre. Clarísimo todo.
Afortunadamente, entre los profesores del instituto está Subhro Bandopadhyay, poeta bengalí y traductor de varios poetas indios al español. Ha sido un gusto conocerlo apenas llegar a India; Subhro es un tipo sencillo, bromista y conocedor de la poesía latinoamericana, y casi en todo mis ratos libres en la sala de profesores lo ataco con preguntas sobre su país, sobre poesía y literatura india. Y hoy, a falta de claridad en la guía de Lonely Planet, giro mi silla y le pregunto por Durgá Pujá.
Subhro me explica que es uno de los grandes festivales de la India. El más grande, tal vez, pero en la región de Bengala. Es el festival de la hija de Calcuta que vuelve a casa:
El poderoso demonio Mahisasura atacó a los dioses, y ni todos ellos unidos podían hacerle frente. A cambio de retirarse, Mahisasura pidió a los dioses la inmortalidad. Ellos se negaron, pero le ofrecieron en cambio que solo pudiera ser derrotado por una mujer en el mundo. El demonio aceptó. Los dioses, entonces, crearon a Shakti, La Madre, La Gran Diosa. Transformada en Durga, uno de sus avatares, y montada en un león, la diosa parte al encuentro con Mahisasura y lo derrota. Y en Calcuta, donde se cree que los dioses crearon a Shakti, se piensa que durante 5 días la Gran Diosa vuelve a su casa, acompañada por sus 4 hijos –Ganesha, Lakshmi, Saraswati y Kartikeya-. Shiva, Destructor del Universo y esposo de Durga, no la acompaña en su viaja anual a la Tierra; la mira, desde el Cielo, disfrutar de los placeres terrenales con sus parientes bengalíes.
-Pero realmente se celebra solo en Bengala. En Delhi no hacen nada –concluye.
Sin embargo, descubro también en la guía que en Delhi hay algunos barrios bengalíes, y le pregunto a Subhro si ahí se hace alguna celebración.
-Pues… Chattarpur es el barrio bengalí “más grande” de Delhi. Puedes ir si quieres, pero en realidad no hacen nada. Uno que otro altar, unos puestos en la calle y algo de gente. Pero nada del otro mundo.
Y como no tengo otra cosa más interesante que hacer esta noche de sábado, me voy a Chattarpur. Si no hay nada, al menos habrá restaurantes bengalíes y podré probar algo.
Del metro Saket aún hay que caminar un par de kilómetros hasta Chattarpur, así que tomo un mototaxi. Por primera vez me toca compartirlo; somos 5 personas semisentadas en medio metro cuadrado de asiento; con un pie en el mototaxi y el otro volando y esquivando coches y gente, recuerdo aquellos años en la prepa cuando me tocaba ir colgado de la puerta del autobús. De camino, noto que mucha gente va en el mismo sentido, y que las mujeres lleva colores más vistosos que de costumbre. El mototaxi nos deja a medio kilómetro de Chattarpur, pues las calles están cerradas y ya no puede avanzar. Nos hace señas –bueno, a mí me hace señas, a los otros 4 pasajeros les habla en hindi o en bengalí y estos lo entienden- de que sigamos recto. Da vuelta en U y se va.
No sé si son 5 segundos o un minuto, pero me quedo ahí parado. Giro 360 grados mirando arriba y abajo, maravillado. Hay luces por todos lados, hay música en algún lugar, y hay una marea de gente –no, un tsunami de gente- caminando hacia el templo de Shiva que está más adelante, sobre una pequeña colina.
Me dejo llevar hacia el templo. Hay altares de Durga por todos lados, adornados con flores muy parecidas al cempasúchil, olores de comida y pólvora mezclados, hay puestos de deliciosas cochinadas indias a cada paso, familias sentadas en el suelo comiendo, familias bailando, familias llevando una Durga de tamaño real en los hombros. El tsunami me lleva por calles aledañas igual de atestadas y coloridas; ya no se ve el templo de Shiva. Me desvío. Hay basura y juguetes, perros y olor a chai, pero sobre todo, hay mujeres y colores hechos uno.
El tradicional sari hindú que llevan casi todas no es el de todos los días. Es el de gala, el que usan solo para este día de la Gran Diosa. Casi todas llevan también velo; las combinaciones de colores son maravillosas, las orillas doradas, los rojos, y azules, y violetas…
Nunca en mi vida he visto tal cantidad de gente reunida ni tantos colores, ni en el Azteca, ni en el Zócalo, ni en una marcha. Camino y camino, y son calles y calles llenas de esta marea multicolor. Ya no tengo idea de dónde está el templo de Shiva al que en principio me dirigía, pero no importa, sigo caminando en medio del tsunami, probando alguna grasienta cosa de aquí y de allá. Mirando todos los colores del mundo alrededor mío.
Como cualquiera que nadara en un río, después de un tiempo estoy exhausto, así que me acerco a una orilla –en India no hay exactamente banquetas-, subo a un pequeño restaurante bengalí en un segundo piso y pruebo un delicioso biryani. Desde la terraza observo las calles; no se ve el final de esta marea de gente, se extiende hacia todos lados. Habrá cien mil personas, o más. Recuerdo las palabras de Subhro –aquí en Delhi casi no se celebra-, y me río. Para alguien que vive en un país de mil cuatrocientos millones de habitantes, esto tiene que ser una pequeña verbena. Me es imposible imaginar cómo sería estar esta noche en Calcuta. Termino de comer, bebo otro chai y vuelvo a la marea; al orgasmo multicolor que esta noche me regala la India.
Finalmente, después de no sé cuánto tiempo ni cuántas calles, vuelvo a ver a lo lejos el templo. La fila para entrar da una vuelta completa a la colina, y las casi dos horas que espero avanzando de a poco me las paso embelesado, admirando los coloridos saris de las hijas de Durga.
Dentro del templo de Shiva, Destructor del Universo, se ha instalado el enorme altar de su consorte Durga. Representada con diez brazos, y sobre el león en el que montó para matar a Mahisasura, se levanta sobre el patio interior del templo. Mujeres bailan a sus pies, queman incienso, juntan las manos y se arrodillan. Le cantan a la Gran Diosa.
Hoy, Shiva el Destructor y los hombres se hacen a un lado, y le dejan a Durga y a sus hijas el templo.
Hoy la Diosa Madre vuelve a la Tierra, y en Chattarpur hay una pequeña fiesta de colores de cien mil personas.
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