Imaginen la siguiente escena:
A un grupo de católicos se les pregunta por qué se celebra la Semana Santa. Quien hace la pregunta no es católico y poco sabe sobre la vida e historia de Cristo.
-Pues –dice un integrante del grupo-, se celebra la muerte y la resurrección de Jesucristo.
Hasta ahí, todos están de acuerdo. Pero solo en eso.
-El jueves –menciona otro- se recuerda La Última Cena; la última vez que Jesús está con sus 12 discípulos. Ahí lo apresan porque Judas lo ha traicionado, después viene el juicio de Jesús a cargo de Herodes y Poncio Pilatos, el viernes la crucifixión, y el domingo la resurrección.
Ahí ya no están todos de acuerdo.
-Bueno, más o menos –interrumpe otro-. En realidad La Última Cena se celebra porque Jesús está a punto de partir hacia el desierto, donde pasará 40 días en ayuno, y no sabe si volverá.
-Claro que no.
-Por supuesto que sí –interviene otro-. Y Pedro lo acompaña en esos 40 días en el desierto y lo trae de vuelta.
-Pedro es el que lo traiciona, no el que lo acompaña al desierto.
-El que lo traiciona es Judas.
-No, no, no; Judas es quien abre la tumba y descubre que el cuerpo no está.
-¿Cómo va a ser Pedro? Cuando La Última Cena, Pedro está preso junto con Barrabás.
-Pues en mi región el que lo traiciona es Santiago, no Judas.
-Sí, en la mía también. ¿Verdad que el traidor es Santiago? ¿De qué región eres?
-No es verdad; La Última Cena es una analogía del último encuentro de Jesús con María Magdalena. Y es ahí donde lo apresan, cuando yace junto a ella.
Las discrepancias siguen, y resulta que hay tantas versiones de la Semana Santa como integrantes del grupo.
Bueno, pues algo así pasa con el hinduismo. Cada quien tiene versiones distintas que explican las celebraciones. Todas se entremezclan, se bifurcan, se contradicen y se confirman. Es una vasta telaraña de interpretaciones, mitos, avatares y épicas maravillosas. Y es fascinante escuchar e intentar ordenar ese gigantesco panteón que es la mitología hindú.
Al lado de esto, qué aburridos resultan los relatos del cristianismo.
Hoy, más de mil millones de hindúes celebran Diwali, una de las fechas más importantes de su calendario. Muchos extranjeros dicen que es algo así como la Navidad hindú; ellos –los hindúes- lo llaman el festival de las luces. Solo imaginarlo es abrumador: mil millones de personas en toda India se disponen a iluminar la noche con velas, fuegos artificiales, bengalas. ¿El motivo? Complicado de explicar.
Sabiendo que Diwali es uno de los días más importantes para los hindúes, preparé para mis clases una actividad. Los alumnos tenían que leer un pequeño artículo en español sobre el tema, extraer algunos datos, explicar un aspecto específico sobre Diwali: cuándo se celebra, qué se come esa noche, por qué las luces, qué dioses son venerados ese día, etc. Sobre todo, tenían que señalar si algo de la información del artículo era falso, pues estaba escrito por un periodista extranjero.
Para no quedar como un imbécil, días antes de la clase leí cuanto artículo encontré sobre el tema. Entre la maraña de versiones y explicaciones de Diwali, había una que parecía ser la más fiable: la del regreso de Rama.
Tras un destierro de 14 años, y ayudado por Hanuman para rescatar a su esposa Sita del demonio Ravana, el rey Rama –uno de los avatares de Vishnu, y algo así como un semidiós griego- vuelve a Ayodhia, su ciudad natal. La noticia del regreso del rey alegra a los habitantes, pero es luna nueva y la noche es la más oscura del año, por lo que no hay forma de que Rama encuentre el camino a Ayodhia. Los habitantes deciden encender velas y ponerlas sobre sus tejados para iluminar la ciudad y marcarle el camino a su rey.
Hasta ahí, casi todos de acuerdo. Pero en casi todo lo demás, había distintas versiones.
-Profesor, esto no es verdad: Diwali no es el año nuevo hindú, pero sí es verdad que ese día hacemos rangoli.
–Aquí hay otra cosa falsa: no se celebra la victoria de Krishna sobre Narakasura, sino a Lakshmi y a Ganesha.
-Sí se celebra a Krishna, pero depende de la región.
-Es verdad. En Bengala, por ejemplo, este día se celebra más a la diosa Kali.
Llegados a ese punto, a mí ya se me cruzaron los dioses y me siento más imbécil que si no hubiera leído nada sobre Diwali. Trato de disfrazar mi ignorancia con una pregunta dirigida a Raman y a Garima, los dos estudiantes sijs de la clase, y de cuya religión, gracias a mi casero el señor Bedi, ya conozco un poquito.
-Raman, dime, ¿los sijs celebran algo hoy? En el artículo se menciona que sí.
-Sí –responde el chico-, pero nosotros celebramos Bandi Chhorh Divas, o sea la liberación del Sexto Gurú.
-No es cierto –le responde de inmediato Garima-.
Maldita sea. Ni dos sijs se ponen de acuerdo en la India.
Las versiones continúan, y al final lo único en lo que todos coinciden es en que los dos dioses más importantes de Diwali son Lakshmi, la diosa de la prosperidad, y Ganesha, el removedor de obstáculos y dios de las artes y las ciencias (aunque aquí también hay varias versiones).
-Muy bien, chicos, pero no me queda claro por qué se venera a Lakshmi y a Ganesha. ¿Qué no se celebra el regreso de Rama?
Me miran como si a un católico le preguntaran qué parte del cuerpo le quitó Dios a Adán para hacer a Eva.
-Pues porque todos los festivales se comienzan adorando a Ganesha para pasar a otro dios.
La clase termina. Media hora después, dos de mis estudiantes vuelven con unas estatuitas y unas velas.
-Tome, profesor. Feliz Diwali. Ahora Lord Ganesha y Lakshmi lo cuidan.
Miro la estatuita de Ganesha. Su barriga. Su cabeza de elefante. En serio: qué aburridos son los relatos de mi antigua fe.
Por la noche visito varios templos hindúes –de Ganesha, por supuesto-, y un Gurudwara –un templo sij-. Por toda Delhi se escuchan petardos. Hay estatuitas de Lakshmi y Ganesha por todos lados, hay velas encendidas en las puertas de las casas, en las esquinas, en los parques. Esta noche, en este país, hay mil millones de personas iluminando el cielo.
No hay forma de que Rama yerre el camino.
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