Le dije a Agnieszka que como buenos latinos acabaríamos organizando casi todo el mismo día, el 31, pero que no se preocupara. Hace dos semanas, aún en la India, yo no tenía idea de que el Año Nuevo lo iba a pasar en un pueblito de Polonia, muy cerca de otro pueblito de Polonia donde Luis Fonsi cantaba una y otra vez el máximo éxito musical de la historia, y nosotros, un grupo de inmigrantes latinoamericanos, pudiendo estar en primera fila, gratis, bailando Despacito, cantábamos, en cambio, con esa nostalgia que dan los años y la distancia, canciones de Silvio.

Pues como bien se lo comenté a Agnieszka, el día 30 creamos un grupo de whatsapp para organizar todo. De entrada, un pequeño cambio: no nos reuniríamos en el pueblito donde vive el chileno sino en el pueblito donde vive el español. Ya el día 31 por la tarde, el grupo estaba lleno de mensajes pidiendo comprar algo que alguien había olvidado. Que si alguien puede comprar esto, que alguien le avise a tal que ya no compre esto otro, que ya lo compré, que se me olvidó tal cosa. La típica organización masculina de última hora.

Una cena de Año Nuevo de parejas mixtas, para rabia del gobierno ultraconservador de este país: dos colombianos, un venezolano, un español, un chileno, un mexicano y seis polacas. Vodka y guacamole, jamón serrano y sernik, zupa gulaszowa y uvas a la medianoche, szczęśliwego nowego roku y correr con las maletas alrededor de la casa.

El español sacó un par de botellas de su primera cosecha: vodka casero de membrillo destilado por él mismo. Siguió el żubrówka y el pigwowa, y en la televisión del salón la música variaba tanto como los gustos de todos: vallenato, Led Zeppelin, Joe Bonamassa, la Bersuit, La Polla Records, Joe Arroyo (en los años 1600… tan tan taaan).

Las primeras horas del año nos pillaron con demasiado vodka en el cuerpo. En algún momento de la madrugada, las seis polacas se fueron a dormir. En algún momento, los seis hispanos cantábamos canciones de Juan Gabriel. Alguien puso un bolero ecuatoriano que todos conocíamos aunque no sabíamos quién lo cantaba ni cómo se llamaba. Empezó a sonar la voz de Mercedes Sosa…

El venezolano, ya tambaleándose, puso la Canción del elegido, y como si aquello fuera un extraño conjuro, nadie más habló.

Y es que decir Silvio es otra cosa. Cada uno se sumió en sus recuerdos mientras sonaba Sueño con serpientes, Fábula de los tres hermanos, El necio, Playa Girón, Quién fuera, La maza…

Alguien cerró los ojos y tarareó algunos versos, alguien más brindó en silencio. Cada uno con sus recuerdos de amores pasados, de luchas estudiantiles, de aquello que pudo ser y no fue, del mundo que soñábamos y que fuimos dejando de lado, de sus huidas, y sus convicciones, y sus años ya lejanos en Bogotá, en Caracas, en el DF o en Santiago.

 A menos de cien kilómetros, en un pueblito del sur de Polonia, Luis Fonsi cantaba una y otra vez el éxito musical de la historia, y en una casa en Modlniczka, seis inmigrantes hispanoamericanos, como si obedecieran a un extraño conjuro, acaso por la nostalgia que dan los años fuera y la distancia, recibían el Año Nuevo con canciones de Silvio Rodríguez. Con esos versos que hace ya muchos años se nos metieron al alma y que vuelven cada tanto…

 

Soy feliz

soy un hombre feliz

y quiero que me perdonen

por este día

los muertos

de mi felicidad.