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Un tal Merino

Textos de Alejandro Merino

Categoría

Personal

Café Pandemia

No era exactamente un club literario, ni una mesa de discusión. Nunca tuvimos un orden ni un libro definido que comentar, éramos simplemente 4 amigos que preferíamos pasar las noches de los viernes sentados, bebiendo café y hablando de libros.

Balcones vacíos

La música que escuchábamos dependía de los gustos de los vecinos: yo descubrí los boleros y la salsa gracias a algún vecino, pero también tuve que escuchar cientos de canciones de banda, duranguense y quebraditas. Ni modo. Esa es más o menos la lógica que impera en nuestros países: si un vecino tiene fiesta, te chingas.

Si no es Cracovia…

Te llevo a los cafés de los que tanto te he hablado: este es el café Prowincja, sí, el de la historia de Szymborska; este es Pierwszy, este es Ambasada (aquí siempre encuentras a alguno de la banda).

John Smith región 4

Hoy puedes comprar papeles por sesenta dólares. Todo el mundo -el mundo ilegal, es decir, más de cincuenta millones de personas en Estados Unidos- lo sabe. Basta entrar a la cocina de cualquier restaurante y preguntarle a algún mexicano si conoce a alguien que venda papeles. Y siempre hay alguien.

Otro Mundial fuera de casa

Luis García festejando el gol: ¡Agüevo, hijos de su puta madre! Ese grito de falsa victoria que encierra y expresa tanto de México es mi primer recuerdo mundialista.

Veinte años

En este país fui lavaplatos, mesero, mánager de un restaurante de burritos, locutor de radio en una estación de música grupera (seguramente el trabajo más odioso que he tenido)

Hombres, dioses y monos

Sita, la chica que hace la limpieza de mi edificio, y a quien a pesar de llevar el nombre de una princesa, no puedo saludar de mano por ser una dalit: una paria, una descastada, destinada por el Karma a lavar ropa, limpiar letrinas o recoger basura

De la Roma a Ecatepec

Agnieszka viene a México este verano, y desde que lo acordamos pienso en si no debería mentirle un poco –o mucho- cuando llegue.

La paradoja de los molletes del rey Salomón

Solo aquellos verdaderos amantes de la comida podrán entender el dilema. Hasta podría tratarse con rigor matemático, con la seriedad del dilema del prisionero, el hotel infinito de Hilbert o la paradoja de Aquiles y la tortuga.

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