El ´86 ni lo recuerdo: tenía cuatro años. A Italia ´90 México no asistió por una sanción de la FIFA, así que mi primer recuerdo mundialista es del ´94, a los doce años. Casi trescientos niños metidos en el salón de usos múltiples de la escuela primaria Nezahualcóyotl, mirando una televisión de catorce pulgadas. Más que ver, escuché el primer gol de México contra Irlanda. Algunos niños corrimos hasta la pequeña pantalla solo para leerle los labios Luis García festejando el gol: ¡Agüevo, hijos de su puta madre!

Ese grito de falsa victoria que encierra y expresa tanto de México es mi primer recuerdo mundialista.

Ese grito colérico es la historia de México en los Mundiales.

¡Agüevo, hijos de su puta madre!

Fue también el único Mundial que vi, de principio a fin, en México. En casa. Y aunque no tengo hermanos mayores y a mi padre nunca le ha apasionado realmente el futbol, fue en aquel Mundial de Estados Unidos ´94 cuando sentí por primera vez esta pasión de brutos que genera el futbol. Fueron esos empates contra Noruega e Italia, esa victoria contra Irlanda y esa trágica tanda de penales contra Bulgaria, mi primera experiencia mundialista, es decir, mi primera decepción mundialista.

Ese ¡Agüevo, hijos de su puta madre! de Luis García, cuando México anota y va ganando y soñamos con esa gloria inmerecida. Y yo, con mis doce años, rodeado de otros trescientos imberbes, gritaba eufórico y repetía lo que leía en los labios de nuestro delantero. En medio de ese caldero humano de alumnos de primaria, yo también gritaba, sin saber bien por qué, ni a quién: ¡Sí, agüevo, hijos de su puta madre! Lo primero que supe sobre los búlgaros fue eso, que probablemente eran unos hijos de su puta madre.

Y después, ese ¡Puta madre! de García Aspe al fallar el primer penal ante Bulgaria.

Ese ¡Puta madre! de Marcelino Bernal al fallar el segundo penal.

Ese ¡No mames! de Jorge Rodríguez al fallar el tercer penal.

Y la cara de El Brody Jorge Campos, el ídolo de todos los niños futboleros, el siempre alegre Brody, el colorido y extravagante Brody, llorando en el césped nuestra eliminación.

En el ´98, mi hermana decidió casarse (sí, mi hermana se casó durante un Mundial; no había visto el video ese de la pareja argentina) y allá fuimos, una familia de siete metida en un vocho, desde el DF hasta Dallas. A mis dieciséis años yo ya tenía bien afianzada mi pasión futbolera, mi odio al Club América, mi amor a los Pumas de la UNAM; ya sabía qué era un 4-3-3, un lateral, un fuera de lugar. Pero el Mundial de Francia lo vi solo en casa de mi hermana recién casada (cuatro hermanas: cero pasión futbolera), desmañanado, con comentaristas hablando en inglés.

El México-Alemania de octavos (mi segunda decepción mundialista), lo vi con un primo que casi ni conocía. Y de nuevo, como con aquel gol de Luis García en el ´94, el Matador Luis Hernández nos hacía pensar que ahora sí. Le estábamos diciendo agüevo, hijos de su puta madre a los alemanes.

Pero en diez minutos, los alemanes, que no se encomiendan a la Virgencita de Guadalupe sino que hacen bien su trabajo, metieron dos goles y eliminaron a México. Y yo estaba lejos de casa y de mis amigos futboleros, llorando solo una nueva eliminación.

Corea-Japón 2002 también lo vi de visitante, fuera de casa, solo. Mi primer viaje de mochilazo a Europa se extendió (a base de estirar el dinero comiendo poco y durmiendo a veces en estaciones de trenes). Vi los cuatro partidos de México en hostales de Francia y Holanda, rodeado de extraños, sin entender a los comentaristas. Después de las victorias ante Croacia y Ecuador, a Italia también le estábamos ganando, le estábamos diciendo agüevo, hijos de su puta madre al gran catenaccio italiano, a Del Piero y a Buffon, al tricampeón del mundo.

Por supuesto que México no ganó. Italia empató al final y eso hizo que nos cruzàramos en octavos con los gringos.

Y los gringos, que tampoco se encomiendan a la Virgencita de Guadalupe sino que hacen bien su trabajo, ganaron 2-0 y nos eliminaron (sí, nos, nos, nos; no estén chingando con eso). Y yo estaba lejos de casa y de mis amigos futboleros, llorando solo otra eliminación.

Alemania 2006 fue diferente. Lo vi casi todo en México. Habíamos pasado a octavos y yo estaba  rodeado de amigos futboleros, desparramados en un sofa, bebiendo y eructando palabrotas, listos para el partido contra Argentina.

En menos de diez minutos, México ya iba ganando. Nuestro eterno capitán, Rafa Márquez, el Káiser de Michoacán, remataba un centro de Pável Pardo y la mandaba al fondo. Todo México leía los labios de nuestro capitán al festejar el gol y tomarse de la playera y mostrar el escudo: ¡Su puta madre!

Sí. Le estábamos diciendo agüevo, hijos de su puta madre a los argentinos.

A estas alturas del texto, aunque no sepas nada de futbol, querido lector, ya sabes lo que pasó.

Argentina empató, y en tiempo extra, Maxi Rodríguez metió uno de los goles más dolorosos para México y más bellos de los Mundiales, y nos eliminaron.

De Sudáfrica 2010 no ahondaré mucho porque la historia fue la misma que en 2006. Argentina nos eliminó en octavos.

El último Mundial, Brasil 2014, también lo vi fuera, en bares de Cracovia, con otros cuatro o cinco mexicanos, y con comentaristas octogenarios hablando en polaco.

François Memé Ochoa detenía todo. Ni Neymar podía con él. Estábamos para campeones del mundo. Cinco Mundiales viendo a mi selección quedarse en octavos de final era suficiente. Todo México lo sabía: este era el bueno. Ahora sí.

Y contra Holanda, en octavos de final, contra todo pronóstico, México iba ganando. Teníamos la mesa puesta. Le estábamos diciendo agüevo, hijos de su puta madre a los holandeses. Martinolli lo confirmaba en televisión nacional después de una pelota que desviaba Ochoa y pegaba en el palo: ¡La Virgen juega de este lado! ¡La Virgen está con nosotros, doctor!

Pequeña diferencia: los holandeses tampoco se encomiendan a la Virgencita de Guadalupe, sino que hacen bien su trabajo.

Tengo dos certezas: 1) mañana empieza el Mundial en Rusia, y yo estoy lejos de casa y de mis amigos futboleros, otra vez. Otro Mundial de visitante, y 2) encontraremos otro enemigo a quien gritarle ¡agüevo, hijos de su puta madre!, ¡viva México, cabrones!, ¡eeeeeeeee… PUTO!, ¡culeeero, culeeero!  y a quien culpar después por nuestra derrota. Los búlgaros, los alemanes, los argentinos, los holandeses, los suecos, los brasileños.

Una vez más nos encomendaremos a la Virgencita de Guadalupe.

Y ellos, una vez más, quienesquiera que sean, harán bien su trabajo.