A veces pienso que vienes. Que finalmente vienes. Que son tus primeros días aquí y comenzamos a arreglar todo para que te instales: te ayudo a buscar un depa, a arreglar los documentos necesarios para que te den ese maldito permiso de residencia, buscamos escuelas, caminamos por la ciudad mientras tú sigues pensando en silencio si habrá sido buena decisión  venir a buscar un comienzo del otro lado del mundo.

Pienso que te explico qué tranvía debes tomar para volver a la casa, para llegar al centro, dónde comprar las cosas que irán haciendo falta. Te recomiendo en las escuelas donde trabajo y tú comienzas a trabajar, y te voy mostrando de a poco esta ciudad que yo también sigo descubriendo. Tú me preguntas algunas cosas que te siguen preocupando, pero todo empieza a marchar bien. Te llevo a los cafés de los que tanto te he hablado: este es el café Prowincja, sí, el de la historia de Szymborska; este es Pierwszy, este es Ambasada (aquí siempre encuentras a alguno de la banda). Te llevo al barrio judío y a más cafés, sacas el carnet de la biblioteca porque todos los libros que tenías en casa se quedaron allá.

Hablo contigo mientras voy en el tranvía, te cuento algunas historias de Cracovia. Vas conociendo a ese puñado de amigos que aquí se han vuelto mi familia; te presento al voraz lector catalán, al entrañable Nacho y a Ewe, mi mejor amiga; al colombiano que bebe como vikingo y a Kasia, que siempre está de buen humor; al futbolero –y culé- Marcos y a Klaudia (que acompañó a Ochoa en un par de borracheras); a Diego, el madrileño –y madridista-; al chileno filósofo…

Pienso que a Cracovia finalmente se le llena ese pequeño vacío.

Pienso que nunca más veré solo, a las 3 de la madrugada, los partidos de México.

Pienso que te cagas de frío la mitad del año.

Pienso que tú y Brenda pasean por el río con Sabina y Ary. Que dejas de temer por tus hijas. Que ya no te preocupa si a la salida de su escuela ejecutan a alguien. Que ellas no escuchan disparos y sus maestras no les mienten diciendo que son cuetes. Que tú vuelves tarde del trabajo pero no te asustas si hay un coche extraño estacionado frente a tu casa.

Pienso que Aga abraza a tus hijas en sus cumpleaños y yo les hago el truco de la panza en lugar de enviarles un video.

Pienso que lidiamos juntos con este idioma del demonio que hablan aquí, con el catolicismo recalcitrante, con el invierno y con todos los pequeños peros que yo le pongo a este país.

Sí. Pienso que son tus primeros días aquí y que yo te muestro esta ciudad.

Luego entiendo que no. Que no es tan fácil, que no es nada fácil. Que veré el Mundial de Catar solo. Que a Cracovia siempre se le asomará ese vacío.

 Pero me gusta pensar que, si bien no será Cracovia, pronto será otro lugar.