Hay gente.

Hay mucha gente.

Gente por todos lados y a cualquier hora.

India es un hormiguero, decía un compañero del trabajo.

Nunca había recibido tantos estímulos a la vez. India se experimenta con los cinco sentidos, y cuando de pronto entiendes eso, que la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto están activos al mismo tiempo, resulta abrumador. No acabas de asimilar lo que estás viendo (cientos de águilas volando en círculos sobre cientos de personas que salen de las bocas del metro y se pierden en el ajetreo de un descomunal mercado en el que se venden cabras y comida y estatuillas de dioses y tenis Nike hechos en India, y hay mezquitas y templos hindúes, mujeres con burka y encantadores de serpientes y montañas de basura, restaurantes y motocicletas pasando a centímetros de ti, decenas de monos saltando entre los tejados o bajando de las ramas para intentar robar algo de comida a algún distraído turista, y saris de colores maravillosos y turbantes sijs y brazaletes de oro y hombres de traje y corbata y hombres semidesnudos, y árboles por todos lados, árboles inmensos y salvajes que se abren paso y rompen el concreto que también está por todos lados, cableado eléctrico expuesto sobre charcos de agua o a centímetros de un chorro que cae de alguna azotea, y monjes budistas con Ipad y mujeres con niqab y bebés con los ojos delineados de negro para evitar el mal de ojo, hombres con mussar y niños panjabis con dastar y estudiantes con mehndi en las manos (tatuajes temporales de hena), y letreros, letreros por todos lados, en hindi, en urdu, en inglés, en árabe, en bengalí o en una de las más de veinte lenguas oficiales de India o de los más de dos mil dialectos…), no, no acabas de asimilar lo que estás viendo cuando los olores te golpean y te hacen hinchar el pecho de placer o dar arcadas de asco; olor a comida y a mierda, a incienso y a basura, a perfume, a selva, a ciudad, a lluvia y a gasolina, a sudor, a putrefacción, a carne, a fruta recién cortada y a fruta podrida.

Y así con todos los sentidos. Y así cada día.

Así los ruidos de animales y máquinas que pasan junto a ti. Así el contacto humano y la proximidad de cuerpos, alientos, humores. Así los sabores, a veces orgásmicos, a veces repugnantes.

La India es paradójica, y por lo tanto es una representación bastante acertada del mundo. La India maravilla y deprime. Sí, es el paraíso de los yoguis y el lugar de sanación y encuentro espiritual de miles de occidentales que vienen y se meten seis meses en un ashram y vuelven a su tierra hablando del tercer ojo y de los chakras, del poder de la meditación y de la medicina ayurveda. En este país se encuentra el árbol en el que Buda meditó durante casi 40 días hasta alcanzar la Iluminación; está Dharamsala –el lugar de exilio del Dalai Lama- y Varanasi, la ciudad más sagrada del hinduismo y hogar de Shiva, el asceta por antonomasia. No conocí a ningún indio que hubiera estado en esos tres lugares, ni a ningún extranjero que no los tuviera en su lista de lugares por visitar.

La India es un conglomerado de pueblos que ni siquiera pueden comunicarse; entre una comunidad y otra que está a unos kilómetros puede que se hablen distintas lenguas. Más del 70% de la población no entiende la lengua en la que se expresa el primer ministro; un indio del Panjab, en el Noroeste, tiene muy poco o nada en común con un indio de Manipur, en el Este. Aun así, todos estos pueblos conviven bajo este denominador común: la India. Y en su capital, Delhi, se puede observar la convivencia de dos visiones contradictorias: el islam y el hinduismo.

Y es que en este país viven más de mil doscientos millones de personas. Un quinto de la población del mundo, y en cinco años, la India superará a China como el país más poblado. Mil doscientos millones. Más que la población de toda Europa, o de toda América, o de toda África. Diez veces la población de México en menos del doble de territorio.

Todo fluye y golpea.

La realidad fluye y golpea.

Este país fluye. Y golpea…

Namasté

Rostros anónimos diciendo welcome to India

Verdor por todos lados, sonrisas, taxis tocando la bocina sin razón, cruces de avenidas descomunales en los que se mezclan bicicletas, niños, vacas, carros de comida o de basura, peatones y ratas, pies descalzos y turistas haciendo fotos, familias enteras en una motocicleta

Barrios laberínticos por cuyas ventanas salen voces o música, o cuelga ropa o cables, mierda de vaca en el suelo, olor a chai recién hecho o a aceite usado cien veces para freír, una moto que pasa zumbando entre la gente y un hombre durmiendo en el asiento de su bicitaxi

Un altar a Ganesha incrustado en un árbol, olor a incienso y ruido de tambores al lado de una sucursal del banco

El majestuoso Taj Mahal

Los Himalayas

La pintoresca cara del barrio Paharganj, con sus hostales para mochileros, su fascinante ajetreo, su hervor de vida y sus bares. Y la otra cara de Paharganj, cuna del tráfico de mujeres y de la venta de niños nepalíes

Los jardines de Lodhi

El Templo del Loto de los baha´i

Un bebé con las piernas rotas abandonado afuera de un hospital

Estudiantes que nunca escriben su apellido por no revelar su casta

Sí, las castas

El Karma… samsara… moksha

El hinduismo

Los sadhu, los hombres santos, adoradores de Shiva, deambulando semidesnudos, dedicados a meditar, cubiertos de cenizas, venerados y temidos

Los aghori, es decir, los sadhu que practican el necrocanibalismo

Los jainistas que barren el suelo antes de pisarlo por no matar a ningún ser vivo, por diminuto que sea

Los jisras, hombres vestidos de mujer, castrados voluntariamente, adoradores de Krishna, convidados a los bautizos para cantar y proteger al recién nacido del mal de ojo

Los rohingya, refugiados birmanos que son tratados como basura

Sita, la chica que hace la limpieza de mi edificio, y a quien a pesar de llevar el nombre de una princesa, no puedo saludar de mano por ser una dalit: una paria, una descastada, destinada por el Karma a lavar ropa, limpiar letrinas o recoger basura

Los crematorios públicos de Manikarnika

Los orinales públicos y su hedor

Templos budistas, mezquitas, iglesias

Cuervos, sapos, monos, águilas, vacas, cabras, ratas, elefantes, arañas, cucarachas, todos parte del paisaje urbano

Dioses, cientos de dioses

Cinco millones de niños que trabajan en la construcción o cuyas diminutas manos son necesarias para la fabricación de ciertos cigarros o de los recuerditos que compramos los visitantes de este país

Doscientos millones de mujeres que aún usan cenizas, u hojas secas trituradas o trapos reusados cuando menstrúan, y que no pueden ir a la escuela, ni al templo, ni salir a la calle, o que sufren algún tipo de exclusión por el tabú de la menstruación

Doscientos millones de mujeres que no saben qué es o no pueden pagar una toalla femenina

El cadáver de un bebé flotando en el río Yamuna, ahogado por su madre por nacer el día de un eclipse

El imponente desierto de Rajastán

El templo dorado de Amritsar

Calcuta y la herencia británica

Mumbai y la miseria

Bollywood, la industria cinematográfica más grande del mundo

Las paradisiacas playas de Goa

La esclavitud infantil

Los matrimonios forzados

Los feminicidios

El monzón que golpea, inunda, destruye, mata cada año

La maravillosa tumba de Humayun y la arquitectura mogol

Un taxista que me aconseja no confiar en los pakistaníes

Kashmir, la ciudad más bella del mundo

Los incontables aromas de la cocina india

Un estudiante que me pide permiso para salir y rezar hacia La Meca

Una estudiante que me pide permiso para irse temprano porque tiene que ir al río a honrar a la diosa Kali

Otro estudiante que me pregunta por qué en México no hay monos en las calles

Otro estudiante que se inclina y me toca los pies en señal de agradecimiento por dejarlo entrar cuando llega 5 minutos tarde

Un estudiante hindú sentado junto a un estudiante musulmán sentado junto a una estudiante budista sentada junto a un estudiante jainista sentado junto a un estudiante sij y preguntándome si México es la capital de España y asombrados de que yo no conozca el nombre del capitán de la selección india de críquet

Los Gurudwara, templos sijs que dan comida y techo gratis todos los días a quien lo necesite

Los hare krishna cantando por las calles

Los hindúes cantando por las calles

Los sijs cantando por las calles

Las academias de yoga y los ashram llenos de europeos y norteamericanos que vienen a encontrar su yo interior

Los niños dalit que buscan entre la basura algo que comer

Las inmensas plantaciones de té en Darjeeling

Las esvásticas por todos lados

La tumba de Gandhi

El kamasutra y los cultos fálicos

El sagrado río Ganges, lleno de cadáveres

Las diez encarnaciones de Vishnú

Y un mono en un tejado de Delhi contemplándolo todo…

Los colores

La pobreza

Las sonrisas

 

 

 

 

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