No sé si los demás recuerden su primera noche en la mesa del café, pero yo sí. Cuando llegué estaban ya los tres, y comentaban algo sobre El evangelio según Jesucristo, de Saramago. El Chore me presentó y me senté, y como yo era el nuevo, en realidad dije poco; ellos llevaban ya casi un año reuniéndose. Aquella noche hablamos –hablaron, más bien–, además de El evangelio, de La insoportable levedad del ser, de Kundera, que dos de ellos habían leído hacía poco. Alguien, creo que Castor, tenía también una lista de cuáles eran los libros más leídos en México ese año (era septiembre), y comentamos un poco cuáles de esos conocíamos o cuáles queríamos leer. Hubo además, como habría cada viernes, chistes simpsonianos, mucho humor, poesía, recomendaciones de alguna película, y litros y litros de café.

Así fue mi primera noche con ellos. A partir de ahí, aquello se repetiría sin interrupciones cada viernes a las 9 de la noche en el Sanborns de Lomas Verdes. Un grupo de 4 amigos que se reunían a hablar de libros. Y una de las épocas más felices de mi vida.

Como a la 1 am cerraba el Sanborns y nos echaban, después de algunos meses cambiamos de lugar: nos fuimos al VIPS de Periférico, que estaba abierto 24 horas, y por 7 pesos podías beber todo el café que te entrara en el cuerpo (era malísimo pero era el único lugar de donde no nos echaban).

Con los meses supe que antes de que yo llegara hubo otro miembro fundador de la mesa del café, Ramón, que se había ido a vivir a España, y con el tiempo hubo uno o dos miembros más, intermitentes. Yo llevé alguna vez a una novia, pero se aburrió soberanamente y no quiso volver.

No era exactamente un club literario –nunca lo fue ni fue esa su intención–, ni una mesa de discusión. Nunca tuvimos un orden ni un libro definido que comentar, éramos simplemente 4 amigos que preferíamos pasar las noches de los viernes sentados, bebiendo café y hablando de libros. Cada viernes sin excepción, durante varios años. Nosotros le llamábamos simplemente la mesa del café, sin embargo, y puesto que coincidió con mi época universitaria en la que, además, empezaba a escribir algunos poemas, la idea de preferir pasar la noche del viernes hablando de libros era material de comentarios –de familiares o compañeros– que iban desde lo homosexual hasta lo religioso.

¿Qué pedo, Merino, vas el viernes a la peda del Beto, o te vas a tu club de la pluma celestial? (la pluma bicentenaria, la cofradía del verso, el club de los poetas muertos, los magios, el círculo de la vela poética, la pluma perpetua… las posibilidades eran infinitas para esos facinerosos universitarios o para mis primos buleadores). No mames, Alejandro, ¿en serio cada viernes vas a tomar café con tres güeyes, ps qué pedo, al chile?

Y es que cuando digo cada viernes, sin excepción, es verdad. Ahí pasamos cumpleaños, Día de Reyes, Navidad, Viernes Santo, la fecha que fuera, pero siempre ahí, en esa cafetería del Estado de México, cada viernes de 9 de la noche a 2 o 3 de la madrugada. Varias veces nos amaneció, cambiaban los turnos de las meseras, nos cambiaban el menú de cenas por el de desayunos, y ahí estábamos los cuatro. Ahí escuchamos confesiones amorosas de un trío en la mesa de al lado, vimos a la distancia un asalto, ahí pasamos un Año Nuevo, rodeados de la fauna nocturna más variopinta del Estado y la Ciudad de México.

Ahí, con esos amigos, aprendí más de literatura que en los dos años enteros de mi maestría.

Pero se acabó, como todo. Llegaron matrimonios, divorcios, hijos, la muerte de algún hermano, estudios fuera, viajes. Y por más que intentamos continuar, un día alguien faltó, y semanas después alguien más, hasta que un viernes ninguno pudo ir.

Hace casi veinte años de aquella mesa del café. No sé qué piensen los demás, si recuerdan su primera noche en aquel Sanborns de Lomas Verdes; yo recuerdo aquellos viernes como una de las etapas más felices de mi vida, y acepto también, con nostalgia, que se acabó. Hace diez años me vine a vivir a Cracovia, he visitado un par de veces a Ramón en Madrid, pero sé bien que no volveremos a estar jamás los cuatro en la misma mesa de ningún café.

Pero si algo bueno me ha traído este año de mierda, ha sido volver a aquella mesa del café. Desde Madrid, desde el DF, el Estado de México y Cracovia, todos los sábados, a las 10 de la noche para Ramón y para mí, a las 3 pm hora de México, ahí estamos, desde principios de abril. Alguno recién levantado, alguno después del trabajo, alguno abandonando una pequeña reunión familiar o declinando invitaciones para poder sentarse frente a una pantalla y ver a tres viejos amigos, y hablar de libros, de algún cuento que alguien propone, de series o películas. Es lo mejor que me ha traído este virus del carajo. Y no voy a negar que una pequeña parte de mí quisiera que esta pandemia no se acabara del todo.

Lo único constante en mi calendario de Google este año es ese evento, cada sábado a las 10 de la noche. Mi teléfono me lo recuerda un día antes (como si lo fuera a olvidar). Y es uno de los momentos que más espero, cada semana, de cada mes, de este año para el olvido.

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Topic: Café Pandemia

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