Hace diecisiete años, cuando me vine a vivir por primera vez a Estados Unidos, una green card y un social security number costaban doscientos dólares. Con eso empiezas a trabajar casi en cualquier lugar, es decir, en cualquiera de los lugares donde todo el mundo sabe que los trabajadores tienen papeles falsos: restaurantes, servicios de limpieza, mantenimiento y construcción. Todo manager de cualquier restaurante sabe que ese hispano que entra y pide una solicitud de trabajo tiene papeles comprados en el mercado negro, pero no le importa; si la migra llegara a hacer una redada, siempre puede decir que no sabía que los papeles de sus trabajadores eran falsos, que ellos dieron un número de seguro social y que no le corresponde al restaurante indagar más.

Hace diecisiete años era muy difícil, incluso en Texas donde la cantidad de hispanos indocumentados es abrumadora, rentar un departamento a tu nombre, o asegurar tu coche, o abrir una cuenta de banco. Ahí sí se dan (se daban) cuenta de que tus papeles son chuecos, y es mejor no arriesgarse. Había que pedirle al amigo de algún amigo -que sí tuviera papeles buenos- que te hiciera el paro y pusiera el seguro del coche a su nombre. Muchísimos inmigrantes no tenían ni una sola identificación de su país consigo, excepto la green card chueca que acababan de comprar para poder trabajar.

Por otro lado, hace diecisiete años era relativamente fácil obtener una licencia de manejo. Te llegaba algún rumor a través de algún paisa: en Michigan no piden seguro bueno para sacar la licencia, mi primo fue la semana pasada y ya la tiene. Sí, yo escuché que en el condado tal de California tampoco piden papeles. Hasta el año pasado en Illinois se podía, pero ahora sí te checan el seguro en algunas oficinas.

Hace cinco años, cuando volví otra vez por una temporada, el pack para empezar a chambear, es decir, la green card y el social security number, costaban noventa dólares. Había ya algunos bancos en los que podías abrir una cuenta sin tener un social legal, y muchas inmobiliarias ya no pedían historial crediticio ni papeles buenos, sino que bastaba con llevar a un amigo como testigo y el contrato de alquiler podía quedar a tu nombre.

Por otro lado, era mucho más difícil obtener la licencia de manejo si eras ilegal; eran ya solo dos o tres estados en donde podías hacerlo, siempre y cuando comprobaras que habías vivido en dicho estado durante los últimos cinco años.

El cuento de que al casarte con un ciudadano estadounidense te dan la ciudadanía también ha cambiado mucho. Hay muchos factores que lo dificultan; depende, por ejemplo, cómo entraste al país, si tenías visa de turista y te quedaste más de lo debido o entraste ilegalmente desde el principio, si venías con hijos, si te fichó la migra alguna vez, si tienes antecedentes, infracciones, un buen récord crediticio, si saliste del país en cierto lapso, etc. Cada año va siendo un poco más difícil eso de arreglar papeles, y sin embargo cada vez es más fácil comprar una casa (aún siendo ilegal), ser elegido para obtener una tarjeta de crédito platinum, poner un coche a tu nombre. Pagar impuestos, en resumen.

Hoy puedes comprar papeles por sesenta dólares. Todo el mundo -el mundo ilegal, es decir, más de cincuenta millones de personas en Estados Unidos- lo sabe. Basta entrar a la cocina de cualquier restaurante y preguntarle a algún mexicano si conoce a alguien que venda papeles. Y siempre hay alguien. Esa ayuda no se le niega a un paisa que acaba de llegar al país y quiere trabajar. Una llamada, y en dos horas los tienes, aunque hay que ser cuidadoso. La última vez, cuando me dieron el número en un papelito, me dijeron que preguntara por el señor de las palomitas, y que pidiera un paquete con todo. Cuando llamé, una voz con acento norteño me pidió mi dirección y en media hora llegó a mi casa un paisano, me preguntó qué nombre quería en los documentos (por un momento pensé en llamarme John Smith, con eso de que el sueño americano te pemrite ser quien quieras en este país, pero al final me incliné por otro nombre más creíble), me tomó una foto y se fue, y a las dos horas volvió  y yo ya tenía mi pack para empezar a trabajar.

Así de fácil es, y todos los que hemos trabajado en alguna cocina en Estados Unidos lo sabemos. Así de descarado, así, en las narices del Tío Sam.

Es irónico: aquellas cosas que dependen del Estado (legalizar tu situación, obtener una licencia de manejo, arreglar papeles, como dicen todos), son cada vez más difíciles; aquellas que dependen del mercado, de la oferta y la demanda (créditos, inmuebles, adquisición de bienes y servicios) son cada vez más fáciles.

No es para menos. La inmigración ilegal en este país es de no creerse. La presencia hispana -liderada por la parte mexicana- es increíble, incluso en estados tan al Norte y tan fríos como Minnesota (ya no hablemos de California, Texas y todos los estados del Sur). Sí, incluso aquí, al lado de Canadá, con inviernos a cuarenta grados bajo cero, está México en todo su esplendor. Hay tiendas donde comprar yerbas medicinales, piñatas, chiles secos y cualquier ingrediente de la cocina mexicana, botas de piel de víbora, monturas para caballo (aunque no haya caballos en Minnesota), estatuitas del santo Malverde y la Santa Muerte, vestidos de quinceañera, esquites, pancita y cualquier plato mexicano. Hay -solo en el área de Minneapolis- tres estaciones de radio gruperas (en una de las cuales trabajé). Hay jaripeos, rodeos, bailes.

¿Cómo no van a ceder las empresas ante tal mercado?

No sé cuánto cueste una green card en diez años. ¿Veinte dólares? ¿Diez? ¿Te la regalarán si compras unas botas piporras en una tienda de paisas? No me lo imagino.

Como quizá tampoco ustedes se imaginan lo rápido que se acaban los boletos cuando viene El Buki, Los mascabrothers, Franco Escamilla, o más recientemente, lo rápido que se acabaron los boletos para ver a la Banda MS en el Armory Hall de Minneapolis. El segundo lugar para conciertos más grande de Minnesota, solo detrás del Target Center, donde juegan los Timberwolves.

Doce mil pesos por boleto hasta adelante.

Si de verdad quisieran, la migra podría esperar tranquilamente afuera de un concierto como ese, o afuera del estadio cuando viene a jugar la selección, y podría deportar a miles y evitarse engorrosas redadas donde al final acaban deportando a cincuenta indocumentados. Ellos saben donde están (estamos) los ilegales: en las plantaciones, en las fábricas, en la limpieza, en las cocinas. Podrían deportarnos a casi todos si de verdad qusieran, pero entonces, ¿quién más pagaría seiscientos dólares por un boleto para ver a la MS? ¿Quién mantendría a las inmobiliarias, a las aseguradoras, a los bancos?

¿Quién mantendría la economía de este país -su gran orgullo-, y de muchos otros, si no los ilegales?

Los indocumentados.

Los sinpapeles.

Los illegal aliens.

Los mojados.

Los wetbacks.

Los inmigrantes.