En este momento podría estar subiéndome a un avión hacia Cracovia. El boleto está pagado y quizá estarán diciendo mi nombre por los altavoces de la sala de espera. Miraría desde la ventanilla cómo la Ciudad de México se hace pequeñita hasta desaparecer, dormiría unas horas, quizá vería una película en el avión, llegaría a Amsterdam y esperaría cuatro horas hasta tomar el siguiente vuelo hasta el aeropuerto de Balice, llegaría de noche, tomaría el autobús hasta el centro de la ciudad, no sé qué pasaría después, pero quizá no importaría.

En cambio, estoy aquí sentado escribiendo cómo podría estar subiéndome a un avión con destino a Cracovia.

Ha pasado ya un mes desde que volví a México. He tratado de no pensar demasiado en lo que se quedó allá; me he propuesto no escribir nada sobre Polonia, no quejarme más de su gobierno, no compartir noticias ni hablar sobre Cracovia, y casi lo he logrado. Llevo un mes tratando de desconectarme de esa ciudad en la que pasé los últimos seis años; trato de no hablar demasiado cuando alguien me pregunta por qué volví, no sé si por pereza, o por nostalgia. Trato de no comparar cosas de aquí y allá porque sé que no tiene sentido; trato de no superponer la imagen de ciertas calles cuando camino aquí. Tampoco he hablado mucho con la gente de allá, mensajes cortos, puntuales, que quizá se vayan volviendo más esporádicos conforme pasen los meses. Por muchas promesas que se hagan los amigos o los amantes, es inevitable que el tiempo y la distancia se impongan y nos contentemos con las migajas de las redes sociales.

Llevo un mes pensando en lo que pasó en estos seis años. O en lo que dejó de pasar, en lo que va a pasar ahora, en lo que no quiero que pase.

Y una cosa es ineludible: la renuncia. Renunciar a una mitad que se va volviendo muy tuya; ya sea la familia, tu ciudad, los amigos, la comida, el clima, tu lengua, tu trabajo. Eso es lo que de verdad duele al subirte o no subirte a un avión, la renuncia; la imposibilidad de llevar tu egoísmo al máximo y cargar con todo y todos los que quieres, y saber, al mismo tiempo, que dejarlo es una decisión tuya.

Llevo ya un mes reuniéndome de nuevo con la gente a la que más quiero, y seguiré haciéndolo, pero también llevo ya un mes sin ver a la gente a la que más quiero, y seguiré sin verla no sé cuánto tiempo.

En este momento, mis mejores amigos están aquí, en esta ciudad.

En este momento, mis mejores amigos no están en esta ciudad.