No era exactamente un club literario, ni una mesa de discusión. Nunca tuvimos un orden ni un libro definido que comentar, éramos simplemente 4 amigos que preferíamos pasar las noches de los viernes sentados, bebiendo café y hablando de libros.
Te llevo a los cafés de los que tanto te he hablado: este es el café Prowincja, sí, el de la historia de Szymborska; este es Pierwszy, este es Ambasada (aquí siempre encuentras a alguno de la banda).
Una cena de Año Nuevo de parejas mixtas, para rabia del gobierno ultraconservador de este país: dos colombianos, un venezolano, un español, un chileno, un mexicano y seis polacas. Vodka y guacamole, jamón serrano y sernik, zupa gulaszowa y uvas a la medianoche, szczęśliwego nowego roku y correr con las maletas alrededor de la casa.
Llevo un mes pensando en lo que pasó en estos seis años. O en lo que dejó de pasar, en lo que va a pasar ahora, en lo que no quiero que pase.
Durante más o menos un año, un español, un colombiano y un mexicano se reunieron cada dos sábados en algún bar de Cracovia para hablar de literatura –aunque a veces terminaban hablando del desgobierno polaco, de punk y neoporno, o del precio de la carne o cualquier tontería-
Es el mejor día del año, y uno de mis sueños se me presenta en bandeja de plata. Mi amigo Nacho me dice que si quiero ser parte del jurado del jueves grasoso, o jueves gordo, como lo llaman en inglés (Fat Thursday). Y yo por un momento creo en un Dios bondadoso, aunque minutos después lo maldiga.
Pensándolo bien, los finales siempre me han arruinado las mejores historias, así que puede ser mejor que algunas no lo tengan.
A mí me importa una absoluta mierda saber que mis amigos están “ahí”. Eso no me sirve. Yo quiero a mis amigos aquí, cerca, conmigo, pero no es posible; pues bien, prefiero entonces pensar que mis amigos están “suspendidos”, en stand by, cerrados por remodelación. En coma de amistad. Vegetando.