Tu amor por esta ciudad
siempre sobrepasó toda convención.
La fuerza que yo no tuve para quedarme
tú la volviste semillas,
abriste siempre tu pecho,
a los tuyos y a los extraños,
la ciudad te cubrió de besos y lágrimas
que siempre encontraron en ti descanso.
Yo perdí la cuenta de mis huidas,
tú, de las voces que con velas y poesía
encontraban camino.
Tú, que nunca pediste nada
que no fuera amor y paciencia,
tú, que durante años has salvado
a los hijos de esta ciudad,
aun en medio del caos y la violencia,
del riesgo y el miedo,
de la infausta voracidad urbana
que no perdona.
Tú, que nunca soltaste una mano,
hoy me dices que quieres irte.
¿Por qué?, pregunto cauteloso,
esperando que no respondas lo que más temo.
Pero lo haces.
Porque nos están matando.
Nos están desapareciendo.
Porque tengo miedo.
No tengo nada que decirte,
solo siento que algo se me quiebra en el pecho.
Y odio de pronto esta ciudad
como nunca la he odiado,
la maldigo con toda la rabia
que me cabe en el cuerpo.
Porque nos están matando…
Y quiero de pronto mandar a la mierda esta ciudad,
que por esta vez no sea yo quien se vaya al diablo,
sino ella,
la ciudad,
nuestra ciudad,
la que se exilie y nunca vuelva.
Quiero de pronto clavarle los dientes en el corazón
(si es que tiene corazón una ciudad que mira impávida
cómo matan y desaparecen a diario sus hijas).
Nuestra ciudad,
luminosa y asesina,
no se detendrá,
y lo sabemos.
Y tú, que durante años has salvado a sus hijos,
hoy me dices que quieres irte.
Nos están desapareciendo…
Tus palabras me retumban,
y lo harán durante muchas noches.
Hoy la ciudad me ha matado un poco más,
y no hay nada que pueda decirte.
Hoy solo puedo odiar.
Nos están matando.
Nos están desapareciendo.
Y tengo miedo.
…
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