A los europeos también les han estado mintiendo durante mucho tiempo sobre otro tema importantísimo. Y se lo creen a ciegas, como niños. Están convencidos y defienden esa mentira con argumentos pueriles, y pueden sentirse confrontados si alguien les hace ver ese engaño en el que tan a ultranza creen.

Los engañan descaradamente y ni se enteran.

Les han dicho durante mucho tiempo que hay que tener hijos, que nos estamos quedando sin niños y que hay que hacer algo. Que hacen falta más bebés en este mundo.

Como si siete mil cuatrocientos millones de personas no fuéramos suficientes para esquilmar el planeta.

Ahí está la gran mentira que se creen tantos europeos: creen que Europa es el mundo, y si a Europa le faltan niños, al mundo le faltan niños. Así de sesgada es su imagen del mundo.

Hace una semana, algunos profesores de lenguas de la universidad comentábamos sobre lo útil que ha sido para nuestras distintas clases el proyecto 7 billion others, del fotógrafo francés Yann Arthus-Bertrand, en el que entrevista a personas de muy distintos países sobre temas como la felicidad, el odio, la familia, la amistad, etc.  Su objetivo es mostrar qué tanto nos une o nos separa de otros habitantes del mundo. En la página web del proyecto hay un contador de habitantes del mundo, en tiempo real, por lo que se puede ver con detalle qué tan rápido va creciendo la población del planeta. Dos profesores que estaban en la sala, uno polaco y el otro inglés, comentaron que el contador de habitantes tomaba en cuenta solo los nacimientos y no las muertes. Eso es un poco tramposo, comentó la profesora de alemán. El profesor chileno –sí, el mismo que me acompañó a la iglesia a pedir una biblia gratis- intervino y les dijo que no había nada tramposo con el contador de habitantes, pues al restar las muertes por minuto de los nacimientos de TODO EL PLANETA, el resultado era ese que veíamos en la página web. No puede ser, comentó un profesor, en Polonia hay más muertes que nacimientos. Sí, sí, lo mismo en todos los países bálticos, y prácticamente en toda Europa, dijo la alemana. Ese contador debe tener algo mal, no puede ser que la población crezca tan rápido.

He ahí la gran mentira del Primer Mundo.

Bastan unos minutos de búsqueda en Internet para entender esto que a los europeos –y a muchos habitantes de países desarrollados- les cuesta tanto entender: aunque muchos países de Europa tienen más muertes que nacimientos por minuto, al considerar la población total del planeta se observa algo muy distinto. Cada día nacen en el mundo unas 367 mil personas y mueren unas 200 mil, es decir, cada día hay unas 160 mil personas más en el mundo (según datos de The World Fact Book 2016), que es como si cada día apareciera duplicada toda la población de Salamanca o Tarragona. A este ritmo, en solo 4 días ya nació toda la población de Oslo; en un mes la de toda Noruega.

Sí, cada día hay 160 mil bebés más en este planeta, pero Europa sigue viviendo en una vil mentira. Nos estamos quedando sin niños, dicen. Hay que procrear, dicen.

Y este afán primermundista de procrear llega a extremos ridículos. Aquí, en Polonia, el nuevo gobierno se ha comprometido a pagar poco más de 100 euros mensuales a las familias que conciban un segundo, tercer, cuarto hijo, considerando también los hijos ya nacidos, hasta la edad de 18 años. Es decir, si un matrimonio que ya tiene un hijo decide concebir un segundo, recibirá 200 euros mensuales, si después decide tener un tercero, 300 euros mensuales, y así sucesivamente. Una medida así no es de extrañar en un país cuyo gobierno ultraconservador propone criminalizar el aborto en todas sus formas (aun en caso de violación o riesgo de vida de la madre), tolera las acciones de grupos ultranacionalistas y xenófobos y declara a Jesucristo rey del país. Otra propuesta –que se espera entre en vigor el próximo año- es la de dar un pago único de 900 euros a las mujeres embarazadas que, sabiendo que su bebé tiene alguna malformación genética o enfermedad,  decidan tenerlo en lugar de abortar de manera ilegal. El mensaje es muy claro: tener hijos a como dé lugar.

Otro caso notable es el de la empresa de viajes Spies Travel, de Dinamarca, que ofrecía tres años de productos para bebés y unas vacaciones familiares a las parejas que concibieran un hijo durante su viaje. Al mismo tiempo animaba a los padres daneses a pagarles unas vacaciones a sus hijos y sus parejas a un lugar exótico y cálido, pues es ahí donde los daneses tienen más sexo. Las personas que más sufren –decía uno de los anuncios de la campaña- son aquellas madres que nunca sabrán lo que es tener un nieto. En otro anuncio de la campaña, una mujer mayor se cuela en la habitación de su hijo para ayudarle a desvestir a su novia. Unamos fuerzas y démosle al mundo más nietos… ¡Hazlo por tu madre!, ¡Hazlo por Dinamarca!

Sí, con esa vara se miden muchas cosas en Europa; qué niños sirios ni qué nada, imaginen el dolor tan terrible de una mujer que nunca sabrá lo que es tener un nieto. Eso sí es sufrimiento y no cruzar el Mediterráneo esquivando balas.

Más allá de lo creativo y gracioso que pueda resultar este tipo de campañas, el tema de fondo es preocupante: Europa está empeñada en tener más europeítos. No hay un solo país que anteponga la adopción a la procreación. No hay campañas, ni propuestas, ni debates serios sobre el tema de fondo: lo rápido que está creciendo la población del mundo. No hacen falta niños, hay miles, millones. Lo que hace falta es que Europa entienda que más allá del Atlántico, del mar Mediterráneo y del mar Negro las cosas no funcionan igual.

Pero la adopción es impensable, incluso en el Primer Mundo. Hagan la prueba, pregunten a cualquier amigo europeo por qué no adopta un niño en lugar de procrear. ¿Cuál es el argumento para no preferir la adopción? ¿No sería ese un acto mucho más noble, de amor más puro e incondicional –y si creen en Dios, más loable ante sus ojos-? Pero Europa no quiere solo niños, quiere niños europeos, y el estado de bienestar de los niños europeos lo mantienen los niños del Tercer Mundo. Los juguetes, la ropita de invierno, la comida, la tecnología, se disfruta en Europa gracias a la explotación de niños en Bangladesh, en El Salvador, en Vietnam. Esto no es nada nuevo, en el fondo todos los sabemos, y nos tiene sin cuidado.

Todo esto sin contar, claro, los recursos que cada bebé que nace necesitará y consumirá. Y eso es otra cosa que ya no hay, porque somos muchos.

El 8 de agosto de este año fue el Día del exceso de la Tierra (Global Footprint Network), es decir, que ese día nos acabamos los recursos naturales que podíamos usar durante todo el año. Desde el 8 de agosto estamos consumiendo más oxígeno, más peces, más árboles de los que la atmósfera, los océanos y los bosques pueden producir.  Y si a eso le agregamos 160 mil pares de pulmones más cada día, no hace falta hacer muchas cuentas.

Qué triste es ver últimamente a Europa, con sus vueltas a la derecha más radical, a los nacionalismos, empeñada en negar o ignorar todo lo que esté más allá de sus fronteras, sumida, entre otras cosas, en esta gran mentira, que casi todos se creen a ciegas, como niños.