Es el mejor día del año, y uno de mis sueños se me presenta en bandeja de plata. Mi amigo Nacho me dice que si quiero ser parte del jurado del jueves grasoso, o jueves gordo, como lo llaman en inglés (Fat Thursday). Y yo por un momento creo en un Dios bondadoso, aunque minutos después lo maldiga.

Sí, es el jueves grasoso en Polonia; el jueves anterior al miércoles de ceniza. La antigua tradición dicta que hoy se come como si no hubiera mañana, especialmente pączki, que son unas deliciosas bolas de masa sumergidas en aceite y rellenas de mermelada, chocolate, natilla y toda clase de cosas dulces. Es la final de la Champions de los gordos y los glotones. El triste invierno se soporta, en parte, gracias a la esperanza de este jueves rebosante de grasa y sabor, y a mi amigo Nacho, curtido en mil batallas gastronómicas, lo han llamado para estar en el selecto jurado que decidirá este año qué pączki son los mejores de toda Cracovia. Les falta una persona, me dice de última hora, y de preferencia quieren a un extranjero, ¿te animas?

Ser jurado del jueves grasoso. Es decir, no solo comer pączki hasta reventar sino probar los mejores de todas las reposterías que compiten por el título, y tener la responsabilidad de decirle a los cracovianos cuáles deben probar y cuáles no; un César en el coliseo de la grasa condenando con mi pulgar las reposterías que estarán abarrotadas de gente y las que cargarán otro año con el título de haber hecho pączki simplemente aceptables.

Todo esto imagino mientras Nacho me vuelve a preguntar: tío, ¿te animas o no? Tengo que decirles a los organizadores para que ya no busquen a nadie más. Tienes que estar aquí en una hora, también va a estar Nowicki, el crítico culinario, te apunto en la lista, ¿sí?

Ya estoy viéndome rodeado de esas grasosas bolas de masa, y debo estar babeando el teléfono porque entonces reparo en la mirada de Tatyana, curiosa, sorprendida. Y las montañas de pączki se esfuman de mi mente en un segundo al ver esos ojos rusos de Tatyana, fijos en mí; los ojos de esa misteriosa y soviética mujer que se metió en mi vida demasiado tarde, justo cuando yo había decidido irme de esta ciudad.

Miro al suelo un momento, miro los ojos de esa mujer nacida en un país que ya no existe. Y me enfrento a la decisión más difícil de mi vida en Polonia. A esa mujer y a mí se nos acaba el tiempo, se nos acaba esta ciudad, y hoy es probablemente el último día que nos vemos. Qué canalla es este Dios que juega este tipo de bromas. Nacho espera impaciente y yo tengo que decidir si ser jurado del jueves grasoso o yacer –seguramente por última vez- al lado de esa mujer a quien solo el vodka, las películas de terror y mi lascivia le hacen soltar frases en ese ruso tan melodioso.

Nacho… güey… no me lo vas a creer, empiezo a balbucear.

Ha sido sin duda la decisión más difícil de mi vida en Polonia. La que más me ha dolido.

Dios mío… estos pączki de mermelada de rosas están tan buenos.

Los miembros del jurado estamos de acuerdo. Tenemos un ganador.