Cuando llegué a vivir a Cracovia ella aún estaba viva. Dicen las leyendas literarias citadinas que incluso después de haber ganado el premio Nobel de literatura, en 1996, y casi hasta sus últimos días, no era raro verla por ahí, comprando verduras en Stary Kleparz, caminando parsimoniosamente por Planty, o sentada con un libro en las manos en el café Nowa Prowincja, en la calle Bracka.
Como me sucede a menudo, llegué tarde a ella. Me enteré de su existencia al siguiente día de su muerte, cuando todos los diarios polacos hablaban de la hija adoptiva de Cracovia, la gran poeta Wisława Szymborska.
No me interesé en conocer su obra de inmediato; guiado por las imágenes que veía en los medios, asocié la imagen de una señora conservadora, quizá amante de los gatos y de los buenos modales. Una señora políticamente correcta. ¿Qué podría decirme una nonagenaria polaca? No, gracias, no es para mí, pensé.
Semanas después vi un par de libros suyos en edición bilingüe –aún existía la librería Elite, especializada en literatura en español-, y al echar un ojo me topé con algunos versos que me hicieron pensar que quizá la nonagenaria polaca no era tan políticamente correcta como yo pensaba. El libro era bastante caro –por ser edición bilingüe y porque la autora era premio Nobel y acababa de morir- así que lo dejé en su lugar y al volver a casa me puse a buscar poemas suyos en Internet. Me di cuenta de que era una pena no haberla leído antes.
No sé si sus fotos que hay en el café Prowincja las pusieron antes o después de su muerte; yo reparé en ellas mucho después. Un día le pregunté por Szymborska a una de las chicas que trabajan ahí –la de más edad- y me dijo que sí, que de vez en cuando se pasaba por ahí, se tomaba un té, escribía un poco y leía, y respondía cordial y sonriente a los saludos que algún cliente, al reconocerla, le daba; a veces se le veía con algún otro escritor, o con Grzegorz Turnau, el cantautor. Incluso, en un rincón junto a la máquina del café, medio escondida, hay foto en blanco y negro de Szymborska y Kapuściński, ambos recogiendo sus bebidas de la barra.
No sé si algún día me habré cruzado con ella en el café Prowincja –y si hubiera pasado, no la habría reconocido-, pero fue ahí, en esas mesas, durante los siguientes meses de su muerte, que fui leyéndola. Como sucede con muchos poetas, entre decenas de poemas de pronto aparece alguno que nos retumba en lo más hondo de las tripas o de los huesos. Su poema Un terrorista: Él mira, lo hizo, así como Pensamientos que me asaltan en calles transitadas.
En ese café –y en muchos otros de Cracovia- fui descubriendo a la poeta de las contradicciones, de las paradojas y de las preguntas simples que casi siempre se nos quedan sin respuestas. Primera fotografía de Hitler, La mano, Cierta gente, Una del montón, son algunos de esos poemas que retumban y se quedan, y que me han acompañado en este domingo de 6 años que ha sido Cracovia.
Hace una semana, mi amigo Guillem y yo desayunábamos en el café Prowincja cuando reparamos en que el hombre de la mesa de al lado era el cantautor Grzegorz Turnau; estaba ahí, solo, leyendo Gazeta Wyborcza. Nadie más reparó en él, o al menos nadie lo manifestó.
No sé si algún día me habré tomado, sin saberlo, un café al lado de Wisława Szymborska. Prefiero pensar que no. Aunque me hubiera encantado; agradecerle por ese poema que tengo en la puerta del refrigerador; un poema que para mí dice todo sobre la poesía. Un poema que escribió una chica polaca de 18 años, desde alguna de estas mesas del café Prowincja, en la calle Bracka.
Busco la palabra
Quiero definirlos en una sola palabra:
¿Cómo son?
Tomo las palabras corrientes,
robo de los diccionarios,
mido, peso e investigo.
Ninguna responde
La más valiente – cobarde,
La más desdeñosa – aún santa
La más cruel – demasiado misericordiosa,
La más odiosa – poco porfiada.
Esta palabra debe ser como un volcán,
que pegue, arrastre y derribe,
como la temerosa ira de Dios,
como el hervor del odio.
Quiero que ésta una sola palabra
esté impregnada de sangre,
que como los muros del calabozo
encierre en sí cada tumba colectiva.
Que describa precisa y claramente
quienes eran – todo lo que pasó.
Porque lo que oigo,
lo que se escribe,
resulta poco,
siempre poco.
Nuestra habla es endeble,
sus sonidos de pronto – pobres.
Con empeño busco ideas,
busco esta palabra –
y no la encuentro.
No la encuentro.
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