Tener que dar clase los domingos a las 8 am es duro, aunque una vez empezada todo se olvida; los estudiantes –en su mayoría- vienen con buena actitud, incluso los que llegan con resaca o aún con la fiesta a cuestas. Incluso a los que me encontré en algún bar de Cracovia hace apenas unas horas.
Lo que verdaderamente molesta es que, cada tantos minutos, tengamos que interrumpir todo y dejar de hablar a causa de las campanas de la iglesia que está justo en frente de la universidad, a veinte metros, cruzando la calle Warszawska. No sé si cada media hora empieza una misa o por qué suenan tantas veces durante mi clase, pero ahí están, anunciando al Altísimo e interrumpiendo mi explicación sobre el pretérito imperfecto de subjuntivo.
Así que hoy, al salir de clase, animado por el deseo de comprar una biblia -deseo que tenía desde hacía unas semanas-, y un poco molesto por las exageradas interrupciones que había sufrido mi clase, me encontré con mi amigo, el profesor chileno que también trabaja los domingos, y en lugar de irnos a tomar un café y un vodka como siempre a uno de los bares de plac Matejki, le pedí que me acompañara a la iglesia. Me miró entre extrañado y divertido, con esa sonrisa maligna, perspicaz, que mi amigo tiene cada vez que sale a colación el tema religioso. Él, filósofo de formación, es también un apasionado de la teología, y un conocedor como pocos; ambos ateos, a menudo hablamos de la religión en Polonia, de la gran presencia que la Iglesia tiene en la vida de este país, de la gran división que hay desde hace un año a causa de las propuesta del nuevo gobierno polaco (conservador, católico, nacionalista, por no decir xenófobo), de nuestras clases en la universidad, en las que a menudo surgen algunas opiniones religiosas que, al menos a él y a mí, nos sorprenden bastante. Como sucede a menudo entre ateos, mi amigo y yo hablamos constantemente sobre la idea de Dios. Y yo por estos días quería una biblia en polaco, así que pensé cobrarme las interrupciones de las que acababa de ser víctima.
En fin, que allá fuimos, el ateo mexicano y el ateo chileno a una iglesia polaca, justo cuando una multitud salía de misa y otra multitud se disponía a entrar.
A la entrada de la iglesia vimos a un acólito que sostenía una charola; la gente ponía algún billete y tomaba un pequeño folleto de una mesa que había al lado. Nos acercamos y le preguntamos en nuestro mejor polaco posible si podían regalarnos una biblia.
-¿Regalarles una biblia…? Pues… no lo sé –el acólito nos miraba extrañado, con la charola llena de dinero en la mano-. ¿Por qué no van a la sacristía y preguntan ahí? Tal vez el cura pueda ayudarles.
Rodeamos la iglesia y encontramos al cura saliendo de la sacristía, en la parte trasera. Le explicamos lo mismo, que queríamos una biblia. Nos miró extrañado también.
-Pues… lo que pasa es que aquí en la iglesia no vendemos biblias, pero pueden comprar una en cualquier librería.
-Sí, lo sabemos, pero un amigo nos dijo que seguramente en la iglesia podrían regalarnos una, o dos. A fin de cuentas, la palabra de Dios es para todos, ¿no lo cree?
Por unos segundos el cura se vio en un dilema, y no supo qué decir. Miró alrededor, como buscando ayuda, mientras nosotros lo mirábamos con cara de buenos feligreses.
-Pues… es que… verán, las biblias se compran en… saben… cualquier librería, aquí, pues… solo tenemos algunas.
Ni mi amigo ni yo dijimos nada, solo pusimos nuestra mejor cara de católicos. Al ver que no nos movíamos, el cura se dio por vencido.
-Bueno, supongo que puedo darles una mía. Acompáñenme.
Mientras nos dirigíamos a la casa parroquial, el cura nos preguntó de dónde éramos, qué hacíamos en Polonia, si estudiábamos la Biblia con disciplina. De México y de Chile, respondimos. Vivimos y trabajamos aquí, enseñamos español; sí, la leemos frecuentemente y la comentamos, sí, la tenemos en español pero queremos también conocer algunos fragmentos en polaco (mi ateo y chileno amigo tiene incluso una biblia de Lutero, una en griego y una Vulgata; como digo, es un apasionado y conocedor del tema).
-Muy bien, muy interesante. Esperen aquí un momento, ahora vuelvo –dijo el cura, y entró a la casa parroquial.
-Güey, ¿viste cómo dudó cuando le dijimos que queríamos la biblia gratis?
-Sí we´on, deberían alegrarse de que alguien venga a pedir una; significaría que tienen “una oveja más en el rebaño”, como dice su profeta Ezequiel, po. Si la voluntad de Cristo es que su palabra llegue a todos, ¿no se debería regalar a todos?
Seguimos hablando un par de minutos cuando vimos que el cura salía y venía hacia nosotros con un blanco y bonito ejemplar de pasta dura. Pismo Święte. Starego i Nowego Testamentu, se leía en la portada.
-Miren, puedo darles esta extra que tengo.
-Muchas gracias, seguro que nos servirá de mucho.
Y todo hubiera quedado ahí, en serio, con estos dos ateos yéndose a algún bar de plac Matejki muy contentos por tener una biblia en polaco y poder consultar de vez en cuando algunos versículos. Todo hubiera quedado ahí si el señor cura no se hubiera puesto pesado e insistente. En serio, yo solo quería una biblia; con eso quedábamos a mano por las interrupciones.
Pero no.
-Y díganme, ¿tienen ya una parroquia en Cracovia?
-Mmm… no, la verdad es que no vamos mucho a misa, más bien nos gusta leerla de vez en cuando y comentarla entre nosotros.
-Pues deberían ir a la iglesia de los franciscanos, ahí hay misas en español cada mes; pueden confesarse también ahí, conozco un poco al cura, es un hombre muy simpático. ¿Quieren que los ponga en contacto con él?
-No, muchas gracias, pero por ahora estamos bien así. Le agradecemos mucho la biblia. Que pase buena tarde.
-Yo sé que es difícil estar en otro país, pero deberían acercarse a la casa de Dios. Aquí desafortunadamente solo hay misas en polaco, pero la comunidad católica hispanohablante es grande en Cracovia, creo que en la iglesia de santa Bárbara también hay un cura que habla un poco de español, si desean confesarse; sus esposas son polacas católicas, supongo, podrían decirles que quieren buscar una parroquia…
Y se soltó.
Y no hubo quien lo parara. Sutilmente me quitó la biblia de las manos, la abrió y nos fue señalando algunos fragmentos, leyéndolos muy lentamente y tratando de explicarnos no sé qué. No sé bien si era Juan 3:16, o Romanos 10:9 o uno de esos versículos clásicos que te sueltan quienes quieren convencerte. Fue de los Salmos al Génesis, nos habló del amor de Jesús, de la vida eterna, y por supuesto de Juan Pablo II.
Mi ateo y chileno amigo y yo nos miramos un segundo, y no hizo falta más que un breve gesto cómplice para saber cómo podíamos salir de esa. Así como existen sencillas técnicas para deshacerse del inglés borracho que viene a tu mesa cuando estás en un bar de Cracovia, las hay también para deshacerse de los que te ofrecen Strip Clubs cada 50 metros en el centro, de Testigos de Jehová, o en este caso, de curas demasiado insistentes.
Técnicas infalibles.
-Mire –intervine yo-, en verdad le agradecemos mucho la información y la biblia, pero… cómo decírselo… no podemos venir a misa, no seríamos aceptados, ¿me entiende?
-No, no –dijo el cura-, no piensen eso, no importa que ustedes sean extranjeros, la Iglesia acepta a todos. Todos somos hijos de Dios.
La mesa estaba puesta –el cura nos la había puesto-, y mi amigo y yo nos relamimos los bigotes por lo que sabíamos que vendría a continuación…
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