Mi generación creció escuchando que el agua se iba a acabar pronto. Desde niños escuchamos, y entendimos, que había que cuidar el agua. Gota a gota, el agua se agota; ahorra agua hoy para que no falte mañana; si tienes agua hoy, cuídala… mañana puede faltar, y así; campañas, anuncios en la tele, en la radio, famosos invitándonos a comprar inodoros de bajo consumo, futbolistas dándonos consejos domésticos, ídolos infantiles diciéndoles a los niños cómo lavarse los dientes con menos agua. Y claro, estuvieron también, desde siempre, los regaños de tu madre si te veía desperdiciando agua: riega las plantas con el agua de esa cubeta que está debajo del fregadero, lava el patio con el agua que salió de la lavadora, ¡no laves el coche con la manguera, no chingues!, ¡que cierres la llave mientras enjabonas los trastes, carajo!, ¡ya te dije que pongas algo debajo de la regadera mientras sale el agua caliente, y apúrate o te corto el agua, ya sabes!, ¡ya ni la chingas, tú te crees que el agua la regalan, ¿o qué?!

Sí, creo que casi todos en México –y probablemente también en otros países “en vías de desarrollo”- crecimos escuchando eso: que no hay mucha agua en el mundo, que hay que cuidarla, que pronto se va a acabar.

Hace tiempo hice un viaje por Latinoamérica, y no hubo una ciudad en la que no viera algún cartel, espectacular o titular de prensa haciendo referencia al problema del agua, a la escasez, a las sequías, pero también a las torrenciales lluvias, a las inundaciones, es decir, al exceso de agua. A veces no hay, a veces ya no queremos más; hectáreas enteras secas por la falta de lluvia y comunidades enteras arrasadas por un río que se desborda. Gente que ve cómo a su casa se la lleva el caudal, o ve a su ganado muerto por la falta de agua; hoteles de lujo a los que nunca les faltará el agua al lado de barrios marginales a los que les cortan el servicio cada dos por tres.

Pues sí, así de contradictorio y surreal es el Tercer Mundo –me dice Dominika, compañera de trabajo en la universidad, y que pasó varios años de su infancia entre Perú, Bolivia y México, y por lo tanto conoce bien cómo son las cosas por allá-.

Mis estudiantes, en cambio, me miran con escepticismo cuando el tema sale a colación; hace unas semanas vimos un fragmento del documental H2Omx, y aun escuchando los testimonios de gente de la Ciudad de México, les parecía inverosímil que una metrópolis tan grande e importante tuviera aún problemas tan grandes de abastecimiento de agua. Miles de personas que nunca han tenido servicio de agua potable y tienen que caminar varias cuadras para llenar sus contenedores y llevarlos a casa; escuelas sin agua –y ya ni hablemos de la falta de electricidad, drenaje o pupitres-; conductores de camiones-cisterna a quienes han amenazado o secuestrado a cambio de agua. Aún más inverosímil les parecía a mis estudiantes cuando les dije que la mayoría de casas tiene un tinaco, es decir, un enorme contenedor en el techo para almacenar el agua que provee la ciudad. Cualquier mexicano pensará que no hay necesidad de explicar esto, pero mis estudiantes no lo asimilan a la primera. La ciudad provee de agua a los habitantes durante algunas horas de la madrugada, el agua va a ese depósito en el techo de tu casa, y durante el día usas esa misma agua que te llegó durante la noche, pues durante el día, en muchas zonas de la Ciudad de México no hay servicio. Si tienes recursos construyes una cisterna, es decir, un depósito subterráneo para almacenar más agua en caso de que no haya durante algunos días. Nunca se sabe.

Aquí, en cambio, es casi impensable que pueda haber escuelas sin agua, o que durante 3 o 4 días se suspenda el servicio de abastecimiento en alguna zona de la capital. Aquí el agua es un derecho, pero para casi 20 millones de mexicanos -y más de 40 millones en América Latina- es un lujo.

Y como bien dice Dominika, es contradictorio, es irónico que en América Latina, una de las zonas con más mantos acuíferos del planeta, haya tantos millones de personas sin agua. No, no. No es que no haya agua –afirma ella-, es que no hay dinero para pagarla, o no hay infraestructura para llevar agua a todos. No seas ingenuo, Alejandro, el agua no se está acabando ni se va a acabar: se les va a acabar a ustedes, al Tercer Mundo, pero a Europa no le va a faltar agua nunca, porque si aquí escasea la vamos a importar, se la vamos a quitar a alguien, o bueno, vamos a pagar un poco más por que se la quiten a otros. ¿De verdad crees que a París, a Roma, a Dubái, les va a faltar algún día el agua? Es triste, pero así es esto. Yo puedo abrir la llave cualquier día, a cualquier hora, y sin tinaco ni cisterna ni nada, sé que va a haber agua siempre.

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Puede que Dominika tenga razón. El agua no se va a acabar; se les va a acabar a algunos, a los que ya de por sí tienen poca. Por eso mis estudiantes me miran tan extrañados cuando les digo que mi madre nos hacía poner una cubeta debajo de la regadera; decirles que el agua se va a acabar es como decirles que se está acabando el wifi del mundo, y que por eso hay que cuidarlo.

Son mentiras del Tercer Mundo –concluye resignada Dominika-. O mejor dicho, mentiras para el Tercer Mundo.

Sin embargo, no somos los únicos. A los europeos les han estado mintiendo también durante mucho tiempo sobre otro tema importantísimo.

Y se lo creen a ciegas, como niños.

 

(continuará en Mentiras del Primer Mundo)