La música que escuchábamos dependía de los gustos de los vecinos: yo descubrí los boleros y la salsa gracias a algún vecino, pero también tuve que escuchar cientos de canciones de banda, duranguense y quebraditas. Ni modo. Esa es más o menos la lógica que impera en nuestros países: si un vecino tiene fiesta, te chingas.
Una cena de Año Nuevo de parejas mixtas, para rabia del gobierno ultraconservador de este país: dos colombianos, un venezolano, un español, un chileno, un mexicano y seis polacas. Vodka y guacamole, jamón serrano y sernik, zupa gulaszowa y uvas a la medianoche, szczęśliwego nowego roku y correr con las maletas alrededor de la casa.
A pesar de todo eso, Buenos Aires siempre estuvo lejos, hasta que en Cracovia conocí a Mariana (porteña y bostera de corazón), y sus pláticas me fueron despertando de nuevo las ganas de viajar a La ciudad de la furia. Vení, mexi, es relindo, me decía antes de volver a Argentina.
Me gusta pensar que esto no es exclusivo, que todos tenemos de vez en cuando estos días. Días inexplicablemente grises; días en que despierto cenicero lleno, y camino como queriendo no llegar ni quedarme; días de desgana, silenciosos, inexpresivos. Días bostezables, rompibles, hediondos a deseos de fuga.
Tbilisi resulta más bien triste. Deprimente. Pero yo soy un chilango, y soy más de ciudades, y por muy fea o aburrida que me digan que es una capital, siempre quiero visitarla y comprobarlo.