No era exactamente un club literario, ni una mesa de discusión. Nunca tuvimos un orden ni un libro definido que comentar, éramos simplemente 4 amigos que preferíamos pasar las noches de los viernes sentados, bebiendo café y hablando de libros.
Durante más o menos un año, un español, un colombiano y un mexicano se reunieron cada dos sábados en algún bar de Cracovia para hablar de literatura –aunque a veces terminaban hablando del desgobierno polaco, de punk y neoporno, o del precio de la carne o cualquier tontería-
Como me sucede a menudo, llegué tarde a ella. Me enteré de su existencia al siguiente día de su muerte, cuando todos los diarios polacos hablaban de la hija adoptiva de Cracovia, la gran poeta Wisława Szymborska.
Volví de España con un muy buen sabor de boca. Me bebí todo el vino que se me atravesó, me deleité con infinidad de tapas y mariscos, descubrí nuevos rincones de Madrid, me enamoré del acento gallego –y de una que otra gallega-, visité una iglesia transformada en discoteca en Toledo. A Izabela le traje, obviamente, el libro de Amarna Miller, y otro que consideré muy adecuado para que practicara su español, que ya es bastante bueno: Vamos a follar hasta que nos enamoremos, de la poeta murciana Ana Elena Pena.
-Amarna Miller, cómo no, la nueva cara del porno feminista, aunque a ella no le gusta mucho la etiqueta –dijo el colombiano-.
-Claro, que en España no sólo se hacen guarradas estilo Lucía la Piedra –agregó el español.
-También ha escrito un par de cosas interesantes –volvió el colombiano-, tiene un libro de relatos y poesía, Manual de psiconáutica, con ilustraciones y fotografías hechas por ella, y con prólogo de Nacho Vigalondo.
He cambiado de casa no sé cuántas veces, y sólo hay dos cosas que me llevo siempre a donde voy: un cuadro –aunque es más bien un póster plastificado- de Beatriz Aurora y algún fragmento de Palinuro de México.
Es un libro de esos. De los que no se sale, ni se quiere salir. Aunque yo esté en Cracovia, y mi libro en Buenos Aires y Estefanía en la plaza de Santo Domingo del DF.
El libro que Ochoa me compró es uno de los mejores regalos que alguien me ha comprado. No sólo por el libro en sí, sino por el lugar donde lo compró y por todas las peripecias que tuvo que pasar para traérmelo hasta Polonia.
Hace unos años me fui a vivir a Chiapas a trabajar como profesor de Lengua y Literatura. La verdad es que me fui porque pensaba que sería un profesor rural, que viviría en medio de la selva Lacandona, y que llevaría una vida sencilla y tendría tiempo para escribir mi tesis de maestría.
La expresión se la escuché por primera vez a Bárbara, mi profesora de Literatura de la universidad. Orgasmos literarios. Debo reconocer que al principio dicha expresión me pareció exagerada. Risible. Quizá porque en aquel momento yo aún no había tenido ninguna experiencia literaria de ese calibre.