Ojalá vinieras un día.
O tres.
Un día de octubre,
un día de enero,
y un día de junio,
y vieras cómo cambian los colores de estas calles,
cómo cambia el aire y los árboles,
el olor de los parques y los ocasos de cuento.
Ojalá vinieras un día
y bebiéramos café en Nowa Prowincja,
en Eszeweria,
en Café Szafe,
y te contara todo,
todo lo que no te dije en septiembre,
todo lo que aún no te he dicho,
y tú me dijeras, muy quedo,
que a veces no es tan malo el frío.
Ojalá un día vinieras
y habláramos hasta caer dormidos,
rodeados de esta calma que no puedo explicarte,
y entonces tú me dijeras, quizá,
que sí,
que estos colores,
esta calma y este aire
de verdad valen la pena.
O me dijeras, quizá,
que no,
que ni siquiera esto vale la pena.
Pero ojalá no vinieras,
ni en octubre,
ni en enero,
ni en junio…
…porque no sé qué pasaría.
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