-A ver, tío –me dijo muy serio cuando le expliqué la situación-, ¿que tu novia organiza estas cosas de speed dating y le faltan hombres? ¿Y quiere que vayamos así como así, para usarnos como un miserable trozo de carne y echarnos a las fauces de 20 leonas? -Pues sí, más o menos. ¿Vienes o no? -Joder, tío, qué pregunta. Dame la dirección. Y así empezó toda la aventura de los speed dating que terminó en Amarna Miller...
Que un mexicano y un chino lleguen a un acuerdo comunicándose por teléfono, y hablándose en polaco, no es cosa fácil. Tomé el teléfono de la escuela, pues en el restaurante ya conocen el número y no hay que repetir la dirección, y justo cuando ordenaba mi sopa china y mi plato chino y mi bebida china, mi teléfono empezó a sonar. Número desconocido...
Viajamos en un tren nocturno a Moscú; llegamos a eso de las 4 am, y como el chico que nos hospedaría nos vería a eso del mediodía, aún tuvimos tiempo de ir a ver el Kremlin y la Plaza Roja casi vacía. Lo único abierto a esa hora era un McDonald´s, así que tuvimos que comernos un McDesayuno mientras mirábamos la tumba de Lenin. Irónico.
No hay un solo mexicano de treinta y tantos años que no sepa quién es Ludwika; no hay un solo mexicano que no sonría al escuchar ese nombre que todos conocimos en 1989. Ni siquiera hacen falta apellidos. Todos sabemos quién es Ludwika; todos sabemos quién es, o quién fue, o quién era - porque con ella cualquier pretérito es correcto- María Joaquina.
Hace ya 21 años que mi padre prácticamente me encerró en mi habitación para que no fuera a un concierto de Caifanes. Era el 95, yo tenía 13 años y Caifanes era la banda de rock más grande de la escena; habían sido los primeros en hacer un MTV Unplugged en español, y lo mismo tocaban en Rockotitlán o en bares para 200 personas que en el Foro Sol con Soda Stereo o The Rolling Stones.
-¿Ustedes son católicos?- nos preguntó muy sonriente la mujer de la ONG mientras escribía algo en una carpeta. -Por supuesto, con todos los sacramentos en regla- le respondí. -Muy bien. Y… esa familia a la que quieren recibir en su casa, es una familia católica, ¿cierto? -No, verá, no conocemos a ninguna familia siria, simplemente queremos hacerles saber que estamos dispuestos a recibir a una o dos personas en nuestras casas. -Ah… ya veo… pues, verán, nuestra fundación ayuda únicamente a familias sirias católicas...
Daga. Cómo no querer pronunciar un nombre así. Cómo no querer develar el misterio de alguien que se presenta diciendo: soy Daga. Cómo no confundirse, cómo no quedar atrapado. Cómo no resultar herido por una mujer que se llama Daga. Con Daga todo fue un misterioso juego desde el principio; desde su nombre hasta su vientre y desde sus dedos hasta su historia. Y más misterio aún fue su lengua.
Hoy, por primera vez en mi vida, mi equipo juega una final de liga en su estadio y yo la veré por televisión, en un agujero frío a 10 mil kilómetros. Y eso es muy, muy jodido.