Viajamos en un tren nocturno a Moscú; llegamos a eso de las 4 am, y como el chico que nos hospedaría nos vería a eso del mediodía, aún tuvimos tiempo de ir a ver el Kremlin y la Plaza Roja casi vacía. Lo único abierto a esa hora era un McDonald´s, así que tuvimos que comernos un McDesayuno mientras mirábamos la tumba de Lenin. Irónico.
La historia de América Latina ha estado plagada de hijos de puta como Somoza. A veces pienso que la Historia en general se reduce a unos cuantos hijos de puta jodiendo –o jodiéndonos- a otros tantos ligeramente menos hijos de puta, mientras unos pocos, que para nada son hijos de puta, tratan de hacer lo que se pueda por que esto sea un lugar mejor.
Tbilisi resulta más bien triste. Deprimente. Pero yo soy un chilango, y soy más de ciudades, y por muy fea o aburrida que me digan que es una capital, siempre quiero visitarla y comprobarlo.
Solo se piden cuatro requisitos para entrar al país: sonreír, conducir despacio, tratar de fomentar el arte en cualquiera de sus formas y no tirar cosas al río. De risa, ¿verdad? Sonreír. Así se obtiene la visa para este país imposible
El propósito, al principio, era organizar algunas actividades culturales para cerrar el ciclo escolar. Junto con un par de románticos-pelotudos profesores se habló de ciclos de cine, recitales de poesía, teatro, trova, etc. Eso, ríanse de nuestra ingenuidad; queríamos, de pronto, convertir aquella prepa perdida en un barrio gris y violento de Naucalpan en el café Les Deux Magots.