Daga. Cómo no querer pronunciar un nombre así. Cómo no querer develar el misterio de alguien que se presenta diciendo: soy Daga. Cómo no confundirse, cómo no quedar atrapado. Cómo no resultar herido por una mujer que se llama Daga. Con Daga todo fue un misterioso juego desde el principio; desde su nombre hasta su vientre y desde sus dedos hasta su historia. Y más misterio aún fue su lengua.
Durante los últimos 4 años he vivido rodeado de sílabas imposibles, de inviernos largos que alcanzan los 25 grados bajo cero y que cubren la ciudad de una blancura increíble, de comida triste y con muy poco sabor, de mujeres guapísimas, de una liga de futbol para llorar (incluso peor que la mexicana), de gente con semblante serio y esporádicas sonrisas, de meseros malhumorados y del mejor vodka del mundo. Así, a grandes rasgos, ha sido mi experiencia en Polonia, el país de las consonantes impronunciables.